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Nueva York vive una plaga de superratas. Es un aviso para el resto de las grandes ciudadesJavier Jiménez​

Nueva York está en guerra. Es una guerra total, desesperada y sin cuartel. Una guerra que ha llevado al ayuntamiento a reformar servicios públicos básicos de la ciudad, a contratar un «condotiero» de primer nivel y organizar una conferencia nacional para «conocer a su enemigo«.

El enemigo son las ratas.

La Estatua de la Libertad, el Empire State y… las ratas. No es exagerado decir que, a lo largo los años, las ratas se han convertido en parte de la identidad de la ciudad. Ninguna rata urbana es tan famosa como la neoyorquina. El problema es que, en la última década, la plaga ha dejado de ser una curiosidad o un incordio leve a un enorme problema de salud pública. 

Y es que, según las últimas estimaciones, la población de ratas se ha triplicado: ha pasado del millón de individuos de la década pasada a los tres millones de la actualidad. Esto, con una población famosa por su tamaño y agresividad, solo puede convertirse en un asunto central de la vida de la ciudad.

La pregunta es por qué ha pasado esto. 

Nueva York es una cosa. Parte de este boom, se debe a las propias deficiencias de la ciudad. No es solo que el caos del COVID obligó a las ratas a encontrar nuevas formas de alimentarse, es que los recortes en el departamento de saneamiento de la ciudad y el mismo sistema de recogida de basura (con las bolsas abandonadas en medio de la calle) han generado una «tormenta perfecta» a favor de estos bichos.

Es decir, el boom de estos roedores se debe a que llevan años haciéndolo mal: han estado contribuyendo a su propio problema.

Sin embargo, el problema que va más allá. Como señalaban Guillermo Cid y Antonio Villarreal, «cada vez más roedores son resistentes a los raticidas convencionales». Y, aunque «no hay una estimación de a cuántas ratas afecta esta mutación en todo el planeta», «los avistamientos no paran de aumentar y los recuentos en ciudades como Nueva York baten récords cada curso».

Sin ir más lejos, el Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA) identificaron en 2023 «mutaciones genéticas que confieren resistencia a los raticidas (rodenticidas) anticoagulantes a poblaciones de ratas en 12 comunidades autónomas de España».

Una película que ya hemos visto. «El mal uso de la penicilina, con dosis demasiado elevadas, podría hacer que los microbios se volviesen resistentes y revertir así sus beneficios», dijo Alexander Fleming en su discurso de recepción del Nobel. Eso fue 15 años después de descubrir la Penicilina y vaya si tuvo razón. A día de hoy, las bacterias suprerresistentees se han convertido en una de las grandes amenazas de la humanidad.

A otra escala, pero el problema de las ratas es exactamente el mismo: el nacimiento de la ciencia moderna nos dio una enorme cantidad de herramientas para combatir con la naturaleza, pero nuestra deficiente comprensión de la evolución (y, sobre todo, nuestra incapacidad para ser consistentes con lo que sabemos a escala mundial) ha provocado un efecto boomerang

¿Y qué hacemos? No quedan muchas opciones. Como decía Loretta Mayer, una científica que investiga nuevos enfoques a la hora de gestionar plagas, «después de siglos de percepciones erróneas, finalmente tenemos una buena comprensión de la ecología de ratas». 

Si ampliamos el foco, entendemos que el problema de las ratas es un síntoma de un problema más grave de gestión de los ecosistemas urbanos. Ahí es donde estamos fallando y, mientras lo hacemos, seguimos agrandando el problema.

Imagen | Elvert Barnes

En Xataka | Las ratas españolas cambiaron de repente a principios del siglo XIX. Esos cambios aún nos persiguen a día de hoy


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