El año pasado encontramos microplásticos en una cueva aislada. Cerrada al público desde 1993, había estado a salvo de todo contacto humano, pero aun así, el plástico había llegado a su interior. No es extraño si tenemos en cuenta que la producción de plásticos ha crecido de forma exponencial a lo largo de los últimos 70 años y es algo que está afectando en gran medida a los mares y, evidentemente, a los seres vivos que los habitan.
En ese conjunto de seres vivos se encuentran los cetáceos y los investigadores están preocupados porque los plásticos son sólo una de las amenazas que afrontan las ballenas. Y en prácticamente todas estamos involucrados los humanos, incluso en las que afectan a una de las especies de ballena más aisladas del planeta: las ballenas picudas o zífidos.
Las amenazas. Un estudio de la Royal Society Open Science enumeró 14 amenazas a las que se deben enfrentar estos cetáceos. No sólo crearon una lista, sino que representaron el impacto y las consecuencias de una manera muy visual:
Riesgo desconocido: se presume que tendrá un efecto, pero actualmente se desconoce el nivel de gravedad para los zifidos.
Moderado: la amenaza se ha asociado con una perturbación o un aumento del estrés.
Intermedio: se ha asociado con lesiones o daños que afectan directamente a la salud física o la reproducción de uno o más individuos.
Grave: la amenaza se ha asociado con la mortalidad de uno o más individuos.
El estudio se centra en los zífidos porque son una familia relativamente desconocida debido a que su hábitat natural son las aguas profundas. Se estima que hay una veintena de especies, pero no se descarta que haya más. Y las amenazas estudiadas incluyen el cambio climático, la caza, perturbaciones acústicas, el uso de sistemas de sonar militares, contaminación acústica por buques, cañones de aire, operaciones de perforación, sondas acústicas, interacciones con la pesca, enredos, depredación, choques con buques, contaminación, vertidos tóxicos, metales en el agua, derrames de petróleo y presencia de plásticos.
Consecuencias. Las amenazas que tienen un impacto grave son las que más llaman la atención. Por ejemplo, en el estudio se ha identificado que los choques con buques han afectado con evidencia de mortalidad al menos a nueve especies de zífidos. Actividades pesqueras también tienen consecuencias graves, ya que se enredan en las redes de pesca (algo que ha afectado a unas 15 especies de la familia con mutilaciones y muerte).
Y entre los riesgos desconocidos encontramos el uso de cañones de aire sísmicos que se utilizan para explorar las características geofísicas del subsuelo marino o el propio cambio climático. Los datos son limitados, pero en ambos casos se ha observado un cambio de hábitos en las ballenas picudas con migraciones y cambios en sus rituales. Y, bueno, la caza es una amenaza directa y un riesgo grave, algo que países como Japón no tienen intención de detener.
Plástico. Evidentemente, de entre los riesgos altos, uno que destaca es el de los plásticos en los océanos. En 2014 apareció un informe que indicaba que había 5,25 billones de plásticos en los mares. Billones de los nuestros, lo que se traduce en 5.250.000.000.000 trozos de plástico en el mar. Ya hemos visto que los microplásticos llegan a cualquier rincón (pese a que el 95% del mismo llega de sólo 10 ríos) y necesitamos soluciones titánicas para limpiar esa basura marítima.
Estamos destinando esfuerzos a limpiar las islas de plástico, pero en el proceso estamos contaminando los océanos, y la Royal Society aclara que en 16 de las especies de zífidos se han encontrado microplásticos debido a la ingesta y, en análisis postmortem, se aclaró que estaba relacionado con la inanición en varios casos, con inflamación interna, bloqueos y deficiencias nutricionales. Además, la ingesta de microplásticos está relacionada con la exposición a otros contaminantes y el nivel de impacto está en la lista de los ‘graves’.
Riesgos futuros. En el estudio se apunta que existen otros factores de peligro potencial que no han incluido debido a que la información es limitada tanto en las ballenas picudas como en otros cetáceos. Sin embargo, aclaran que entre esas amenazas que se guardan para futuras investigaciones se incluye la relación entre los factores de estrés y una disminución a la resilencia biológica. También incluyen la endogamia debido a los pequeños grupos de población.
Y, cómo no, más efectos de la actividad humana como tecnologías ultrasónicas, la energía generada en el mar, la expansión de las piscifactorías offshore o la minería en aguas profundas. Esas actividades pueden aumentar en un futuro, sobre todo cuando cada vez tenemos dispositivos más sofisticados para explorar el fondo marino en busca de territorios ideales tanto para la minería como para la generación de energía offshore.
Ninguna especie está a salvo. El estudio está acotado a esta familia de cetáceos, pero la directora del mismo, Laura Freyer, afirma que «la situación de los zífidos puede servir como advertencia, ya que sugiere que ninguna especie es inmune a los impactos antropogénicos, independientemente de su lejanía o rareza».
De hecho, es más impactante sabiendo que se trata de una especie ‘rara’ debido a las condiciones de su hábitat, a gran profundidad y en las que, naturalmente, el contacto con los humanos sería muy limitado. Actualmente, eso no es así y, de manera indirecta (por las tecnologías utilizadas para la exploración y defensa marítima o la contaminación acústica) o directa (vertidos, caza o encontronazos con buques pesqueros), estamos influyendo en ellos. Con especies que habiten más en la superficie, el impacto debe ser superior.
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La noticia
Nada está a salvo del impacto de los humanos. Ni siquiera las ballenas más remotas de planeta
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Alejandro Alcolea
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