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Los Gobiernos llevan siglos tratando de ponerle puertas al porno. No les ha ido demasiado bienCarlos Prego​

Nada nuevo bajo el sol. Ni en la amplia (amplísima) e intrincada (intrincadísima) historia universal del porno. España no es el primer país que se propone regular el acceso a los contenidos para adultos. A la espera de comprobar cuál es el alcance y los resultados de la medida que acaba de anunciar el equipo de José Luis Escrivá, algo está claro: su empeño conecta con una larga tradición legisladora que va más allá de las fronteras patrias y se remonta, como mínimo, varios siglos atrás.

Al fin y al cabo imágenes sexuales las había ya hace miles de años y en la Gran Bretaña del XIX es posible encontrar leyes que perseguían lo «obsceno».

Tan vieja como la humanidad. La RAE define pornografía como toda «representación explícita de actos sexuales que busca producir excitación». Y aunque esa definición desliza dos ideas claras, la de que el contenido debe ser «explícito» y creado con vocación de «excitar» a su destinatario, abre un paraguas lo suficientemente amplio como para abarcar obras con siglos de antigüedad. Al fin y al cabo representaciones de coitos y de claro carácter sexual las tenemos con miles de años de antigüedad. Queda la pregunta de cuál era su propósito y uso.

En 1930, por ejemplo, se localizó en una cueva cercana a Belén una figura de calcita que muestra a dos amantes en pleno coito. ¿Cuándo se talló? Hace ni más ni menos que 11.000 años. Antes, mucho antes, ya encontramos representaciones de enormes falos como el de la cueva de Los Casares, donde se localizó la imagen de un gran pene entre representaciones de hace entre 30.000 y 15.000 años.

Los amantes de Ain Sakhri.

«Sexo en todas partes». La lista suma y sigue, con escenas todavía más explícitas en Pompeya y Herculano, una auténtica mina del arte erótico, o aquí mismo, en yacimientos españoles. «En pocas palabras, el sexo está presente en todas partes en el arte griego y romano. Las representaciones sexuales explícitas eran comunes en los vasos atenienses de figuras negras y figuras rojas de los siglos VI y V a. C., y suelen ser de una naturaleza esclarecedora y provocativa», explica Craig Barker, experto de la Universidad de Sídney, en The Conversation.

Eso sin contar con que la tradición grecorromana y las obras gráficas son únicamente una gota en un amplio océano de erotismo que abarca otras disciplinas artísticas y culturas. En Japón encontramos el shunga, igual de explícito y con una extensa tradición histórica a sus espaldas. Sabemos también que en el siglo XIX los europeos que llegaban a la India se quedaban escandalizados al ver en los templos hindúes como los de Khajuraho imágenes sexuales, incluidos coitos.

Hablemos de porno. A pesar de esos precedentes y riquísima tradición, lo que hoy entendemos por «porno» es más reciente. Britannica asegura que la historia moderna de la pornografía occidental arrancó en el XVIII, durante la Ilustración, alentada por una imprenta lo suficientemente evolucionada como para permitir la reproducción de escritos e imágenes subidas de tono. Ya entonces se descubrió dos grandes características del porno íntimamente ligadas entre sí y que el tiempo no ha hecho más que confirmar: su elevada demanda y su grandísimo negocio.

«Un pequeño tráfico clandestino de tales obras se convirtió en la base de un negocio independiente de publicación y venta de libros en Inglaterra. Un clásico de esta etapa fue el ampliamente leído Fanny Hill: Memoirs of a Woman of Pleasure (1748-1749)», recuerda Britannica. Por la misma época empezó a expandirse el arte gráfico erótico en París, lo que acabaría derivando en las populares «Postales francesas». España no se quedó descolgada. A comienzos del XX aquí teníamos ya a un gran promotor del celuloide subido de tono: el monarca Alfonso XIII.

Excitante… e incómodo. Para la RAE la pornografía resulta «explícita» y «excitante». La historia demuestra que —al menos a ojos de cierta tradición religiosa y moral— se define también con un tercer calificativo: «incómoda», cuando no directamente «reprochable». Lo dejaba claro hace no mucho el Papa Francisco. En 2022, durante una intervención pública en el Vaticano, el líder de la Iglesia católica cargó contra el «vicio» de la pornografía e incluso tiró de las orejas a los «sacerdotes y monjas» que, lamentó el Pontífice, consumen sus contenidos.

«Resulta un vicio que tiene tanga gente, tantos laicos, y también sacerdotes y monjas. El diablo entra por ahí. Y no estoy hablando de pornografía criminal como el abuso de menores, donde se ven casos de abuso: eso es una degeneración. Hablo de la pornografía un poco normal. Queridos hermanos, tened cuidado con eso».

De nuevo nada nuevo bajo el sol. Aunque la relación entre religión y erotismo es complicada, hay abundantes desnudos en el arte sacro y una misma imagen puede tener una lectura espiritual o erótica en función de quién la contemple, la historia deja abundantes ejemplos de que la Iglesia no se siente cómoda con la pornogafía. Ocurrió por ejemplo con Clemente VII (1478-1534) e  I Modi, una obra de grabados explícitos que el pontífice ordenó destruir. Su autor acabó además en prisión.

El intento por regular. Si la historia de la pornografía occidental moderna arranca en el XVIII, no mucho después encontramos ya esfuerzos por regular su consumo a nivel legal. A finales del XVIII el rey Jorge III lanzó en Gran Bretaña la Proclamación para el Desaliento del Vicio, que exhortaba a evitar los contenidos de carácter sexual explícito, y en 1857 se adoptó la Ley de publicaciones obscenas, que prohibía las obras claramente eróticas. Es más, la norma incluso permitía a la policía realizar redadas o incautar correos que resultaran sospechosos.

Igual de conocida es la Ley Comstock, promulgada en 1873 en el Congreso de Estados Unidos, y que se planteó igualmente como una «ley antiobscenidad». Su propósito: restringir la circulación de material «destinado a producir abortos o a cualquier uso indecente o inmoral», un paraguas bajo el que metía la pornografía.

¿Y ha funcionado? Habría un cuarto adjetivo para definir la pornografía: rentable. A pesar de los intentos de regulación y el empeño de Clemente VII o el Papa Francisco, el porno ha logrado convertirse en una gran industria que mueve miles de millones de euros cada año. En 2006 se calculaba que solo en EEUU, en el conocido como «otro Hollywood», el cine para adultos daba empleo a 12.000 personas en un millar de empresas que generaban una actividad brutal.

El País hablaba por entonces de que las compañías de cine subido de tono producían 13.000 títulos anuales y el sector generaba solo en EEUU entre 10.000 y 14.000 millones de dólares. Al año. Los datos de Statista dan otra perspectiva igual de interesante: en 2022 el mercado de contenido para adultos online en EEUU alcanzaba un valor de casi 977 millones de dólares y con previsiones al alza que contemplaban rebasar holgadamente los 1.000 millones ya en 2023.

Imagen | Wikipedia 1 y 2

En Xataka | Así funcionará el sistema de verificación de edad para acceder al porno en España: un reto técnico colosal 


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Los Gobiernos llevan siglos tratando de ponerle puertas al porno. No les ha ido demasiado bien

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Carlos Prego

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