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Las primeras representaciones gráficas de Jesucristo llaman la atención por algo: no tenía barbaAlejandro Alcolea​

Pelo largo ondulado y castaño. Facciones delgadas y cara cubierta por una barba que puede ser más o menos espesa dependiendo de la representación. La imagen de Jesucristo es, posiblemente, la más reconocible de la historia al haber sido interpretada de ese modo durante generaciones, tanto en la arquitectura como en la escultura y la pictórica. Sin embargo, no siempre fue representado de la misma manera.

De hecho, las primeras representaciones de Jesús resultan extrañas porque no tiene barba ni su característica cabellera. Es más, no se distinguía en nada de un romano genérico.

Paleocristianismo. El periodo más temprano del cristianismo no fue sencillo para sus seguidores. Desde la crucifixión, los Apóstoles empezaron a establecer grupos cristianos en algunas ciudades. Algunos de los seguidores eran comerciantes, por lo que fueron expandiendo sus creencias y, según algunos testamentos, fue el apóstol Pablo el que estableció comunidades cristianas por la zona del Mediterráneo. Sin embargo, al Imperio Romano no le hacía mucha gracia.

Los gobernantes consideraban que el cristianismo tenía mensajes que podían desestabilizar el sistema económico, la diferencia de clases y el gobierno. Es decir, atentaba contra su modo de vida. Es por eso que, durante tres siglos, el cristianismo fue ampliamente perseguido por el Imperio Romano. Con el emperador Teodosio el Grande en el año 380, eso cambió debido a que realizó un movimiento histórico: convirtió el cristianismo niceno en la religión oficial.

Jesucristo, a la moda. Este pequeño contexto histórico tiene su importancia a la hora de explicar las primeras representaciones de Jesucristo. Debido a que el cristianismo estaba perseguido, se considera que las obras artísticas que lo representaban sólo fueron posibles (o únicamente se conservan) del siglo II en adelante. También pudo tener que ver que, según el Antiguo Testamento, la talla de ídolos estaba prohibida y eso limitó la iconografía de Jesucristo.

De la manera que sea, en algún momento entre el 260 y el 525, el cristianismo primitivo empezó a realizar representaciones de Jesús. Y como adaptaron los motivos artísticos romanos de la época, la representación es la de una persona ‘normal y corriente’ de su tiempo: pelo corto, afeitado y con túnicas romanas.

El buen pastor, una de las primeras representaciones (si no la primera) de Jesús

Hablemos de barbas. Espera, ¿imberbe? Pues sí, ya que la relación de los romanos con las barbas era… curiosa. Como en cualquier periodo histórico y en casi cualquier sociedad, los antiguos romanos se movían por modas. Muchas fueron heredadas de los griegos y aquí tenemos que hablar del macedonio más famoso de la historia: Alejandro Magno. Cuenta la leyenda que, antes de una batalla en la que las tropas de Alejandro eran inferiores en número a la de los rivales, ordenó que sus tropas se afeitaran. Era un pasatiempo, pero también algo práctico: sin barba, los enemigos no podrían agarrarlos por ahí.

Se dice que eso inició una moda que duraría 400 años y que fue heredada por los romanos. Claro está, han pasado más de 2.000 años, por lo que hay historia para todo. Otra nos cuenta que, en el 387 a.C. un galo invasor tiró de la barba del senador Marco Papirio durante el saqueo de Roma. Eso arrancó una controversia y, más tarde, la barba pasó a considerarse un símbolo de los bárbaros. Las historias continúan, pero en la antigua Roma se diferenciaban las clases sociales por absolutamente todo, hasta el punto de que los ricos se afeitaban con herramientas buenas y los menos pudientes… pues con otras no tan afiladas en barberías públicas.

No sólo Jesús iba a la moda. Este es Noé cuando nosotros lo asociamos a una barba gris bastante frondosa

Reconocible. Eso explica que las primeras representaciones de Jesucristo lo mostraran totalmente afeitado. El problema de esas imágenes es que era uno más. Sólo podemos identificar que era él debido al contexto de la representación (como las obras en las que lleva una vara que apunta al sujeto del milagro, como si fuera un mago). Con las imágenes del periodo preconstantiniano, la cosa cambió y no hace falta que tengamos un contexto o una explicación de quién aparece en la imagen o escultura. Aquí no había consenso, pero empezaron a brotar diferentes interpretaciones de la apariencia de Jesucristo.

Se necesitaron varias décadas para que esa figura delgada, con barba y pelo largo con la raya central se convirtiera en la forma estandarizada para representar a Jesucristo. Surgió alrededor del año 300, pero no se estableció como la imagen definitiva hasta el siglo VI en el cristianismo oriental y, más tarde, en el occidental.

Negativo del Sudario de Turín

El Sudario de Turín. Aunque la figura que universalmente se asocia a Jesucristo estaba ya consolidada, el Santo Sudario de Turín terminó de grabar en piedra su imagen. O en tela, mejor dicho. Se trata de un trozo de tela de 4,4 por 1,1 metros y se dice que era la pieza de lino que se utilizó para envolver el cuerpo de Jesús después de la crucifixión. No hay registros de la pieza antes del siglo XIV, pero lleva siendo venerada siglos debido a que en una de sus partes aparece la imagen ‘impresa’ del rostro de Cristo.

Esta tela se ha analizado milímetro a milímetro con estudios de todo tipo y hay argumentos en contra y a favor de la falsificación, pero una serie de negativos dejaban ver el rostro perfectamente, así como su cuerpo alto y delgado impreso en la tela. Esto, junto a las representaciones anteriores, terminaron de perfilar la imagen actual de Jesucristo, muy alejada de esas primeras pinturas de los antiguos romanos.

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