China está viviendo una tormenta perfecta en la que se tambalean sus cimientos económicos, sociales y laborales. El problema no es nuevo para Europa o Estados Unidos: los jóvenes y su desafección por la «cultura del esfuerzo» en una sociedad que los asfixia sin darles muchas expectativas de futuro.
Los altibajos del capitalismo de ciclos. Como las personas, cada economía es un mundo y la simplificación siempre es temeraria. Aun así, es fácil reconocer en los jóvenes asiáticos actuales a las juventudes europeas y norteamericanas de los 90, sobradamente preparados que no se resignaban al salario precario de una cadena de montaje teniendo un doctorado en el bolsillo.
Durante los años 90 y 00, dos factores contribuyeron a trasladar «las fábricas del mundo» al continente asiático: por un lado, la mejora de las condiciones salariales de los países occidentales y por otro la entrada de China y más tarde de otros países en la Organización Mundial del Comercio. El «offshoring», la deslocalización, llevó la industria del planeta a países como Vietnam, Camboya, Tailandia, Bangladesh y, evidentemente, China.
El arranque de la locomotora asiática. Con salarios bajos y derechos laborales limitados, China se convertía en La Gran Fábrica del mundo. Los chinos lo fabricaban todo con un coste inferior. No se tenía en cuenta ni las emisiones de la industria ni la formación de los empleados. Lo único que contaba era producir con mano de obra barata y hacer que la economía creciera a ritmo de crucero.
Aquellos primeros obreros jóvenes de apenas tenían estudios, pero sí la responsabilidad de ganar un salario para sacar adelante a su familia. Como cualquier padre o madre, no iban a permitir que sus hijos vivieran en las mismas condiciones que lo hacían ellos proporcionándoles una buena educación.
El relevo generacional se rebela. Con mejor preparación que sus padres, con una vida más acomodada y sin la responsabilidad añadida de tener que alimentar a una familia, los jóvenes del sudeste asiático ya no quieren ocupar los puestos que ocupaban sus padres. Más aún tras años de ver las condiciones de trabajo que sufrieron sus padres.
Ahora el problema está en el tejado de las empresas asiáticas, que se equiparan a las del resto del mundo: escasez de personal cualificado, retención de talento cada vez más difícil, costes de producción más elevados y mejores condiciones laborales. La cifra de nuevos graduados para este año en China es de 11,6 millones de jóvenes listos para entrar en el mercado laboral.
China copia a occidente sus políticas. Durante décadas la producción china ha sido acusada de copiar las patentes de occidente para fabricar productos de inferior calidad. En esta ocasión, lo que están intentado las empresas es copiar los modelos empresariales de grandes compañías como Apple o Google para tratar de atraer y retener talento cualificado a sus envejecidas plantillas.
Los centros de trabajo en toda Asia están tirando paredes y abriendo grandes ventanales para que entre la luz natural. Se están incorporando guarderías, cafeterías con comida gratis para los empleados e incluso se les proporciona espacios de ocio y descanso. Todo con tal de atraer a esos nuevos ingenieros, doctores y desarrolladores se encuentren cómodos en la fábrica. Algunas fábricas incluso se han trasladado a zonas rurales para atraer a la mano de obra joven que no está dispuesta a emigrar a las grandes urbes.
Los jóvenes no quieren trabajar. El paro juvenil en China es un problema serio, alcanzando una tasa del 21,3% durante el pasado mes de junio para menores de 25 años. China tiene más de 96 millones de jóvenes de menos de 25 años y más de 33 millones han ingresado en el mercado laboral. En España, según la Encuesta de Población Activa (EPA) del último trimestre, la tasa de paro en menores de 25 años fue del 30,03%.
Estas cifras indican que hay una gran cantidad de jóvenes que buscan trabajo, y cada año se suma una ingente cantidad de recién graduados al mercado laboral. El problema, como en gran parte del mundo occidental, son los bajos salarios y las jornadas interminables. Los jóvenes chinos han dicho basta y han hecho suyas las famosas palabras de Joe Biden: «Pay them more«.
La locomotora ahora tiene que pagar el carbón. Mantener en marcha la producción de La Gran Fábrica en la que se ha convertido toda Asia en general, y China en especial, requiere una enorme cantidad de mano de obra. Sin embargo, a diferencia de sus padres, los jóvenes de 2023 ya son licenciados y buscan un salario acorde.
Eso hace que se produzca un incremento en los costes y las marcas ya están empezando a reubicar sus centros de producción. Mattel, creadora de la popular Barbie, fabricaba el 74% de sus juguetes en China, Indonesia y Tailandia. Con el aumento de costes, ha trasladado gran parte de su producción a nuevas fábricas en Brasil y México. El mismo ejemplo lo encontramos en tecnología, con Apple en cabeza, donde el bloqueo a los productos chinos han dado la puntilla al traslado de su producción a India u otros paises.
La tormenta perfecta. La crisis demográfica, en la que China pierde población por primera vez en 60 años, se une a la crisis laboral y a una situación económica muy tocada tras el bloqueo de la agresiva gestión de la pandemia de COVID-19. Todo está generando una tormenta perfecta para que el país pierda peso mundial con caídas en las exportaciones. La Gran Fábrica asiática hace aguas y producir a bajo coste tiene sus días contados.
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Imagen | Pixabay
*Una versión anterior de este artículo se publicó en agosto de 2023
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La noticia
La Gran Fábrica del mundo se agota: los jóvenes chinos y asiáticos ya no quieren trabajar en las manufacturas
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Xataka
por
Rubén Andrés
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