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He leído ‘El club de las 5 de la mañana’ para que tú no tengas que hacerlo. Ha sido decepcionanteJavier Lacort​

Soy un ávido lector de libros de productividad. Siempre busco esa idea interesante que engrase mi máquina, cada uno busca la realización como se lo pide el cuerpo. Con esa mentalidad me sumergí en ‘El club de las 5 de la mañana‘, un famoso libro de Robin Sharma que promete revolucionar nuestro día a día.

Acabarlo se hizo largo, sobre todo por los dos primeros tercios del libro, tremendamente redundantes y de poca enjundia. Es una sensación familiar: haber nadado en un océano de palabras para pescar apenas un puñado de ideas útiles que cabían en cinco páginas.

Sharma se hizo muy conocido por su éxito anterior, ‘El monje que vendió su Ferrari‘, y aquí recurre a la misma fórmula de la narración ficticia para transmitir sus enseñanzas. Y ahí empiezan los problemas. La historia resulta tan poco creíble que distrae más que ilustra. Como si la única forma de digerir consejos fuese con una capa gruesa de jarabe literario.

El libro se extiende mucho, muchísimo, innecesariamente. Diluye las ideas centrales (de las que ahora hablaremos) en un mar de prosa y diálogos forzados. Esto pone a prueba la paciencia del lector, pero también socava la efectividad del mensaje. ¿No es la esencia de la productividad ser eficiente, hacer más con menos?

Hay algunas buenas ideas enterradas en el texto. Por ejemplo, la crítica al consumismo desenfrenado o al uso compulsivo de la tecnología (ejem) como formas de distracción. Son puntos válidos y necesarios. El énfasis en la importancia de establecer una rutina matutina sólida también tiene mérito.

Sin embargo, el enfoque de Sharma peca de rigidez y de falta de realismo. Sus recomendaciones, inflexibles, parecen diseñadas para un mundo utópico en el que vivimos solos, sin responsabilidades familiares ni compromisos sociales que puedan interferir con nuestra rutina de las 5 de la mañana.

Además, el libro cae en la trampa común de muchos textos de autoayuda: ofrecer soluciones simplistas a problemas complejos. La idea de que cualquier obstáculo es superable únicamente con fuerza de voluntad y una actitud positiva ignora las realidades socioeconómicas y las circunstancias personales que influyen en nuestras vidas.

Particularmente alarmante es la sugerencia implícita de que cualquier voz crítica o escéptica es «tóxica» y debe ser ignorada. Este tipo de pensamiento puede llevar a un aislamiento peligroso y a una falta de perspectiva crítica.

No todo es negativo. Hacia el final del libro, Sharma ofrece algunas estrategias prácticas que pueden ser útiles para quienes buscan mejorar su productividad. Sin embargo, estas ideas valiosas parecen un premio de consolación a quien ha navegado por tantos capítulos de relleno narrativo.

En última instancia, ‘El club de las 5 de la mañana’ es una oportunidad perdida. Sus ideas centrales —la importancia de una rutina matutina, la necesidad de autodisciplina, el valor del tiempo sin distracciones— son muy sólidas. Pero al estar tan diluidas en una narrativa poco convincente y una prosa exagerada, pierde gran parte de su impacto.

Para quienes buscan mejorar su productividad, creo que hay alternativas mucho mejores, como ‘Hábitos atómicos‘, de James Clear; o ‘¿Eres imprescindible?‘, de Seth Godin.

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