Se llamaba Arthur Watkins y se le metió entre ceja y ceja un proyecto totalmente inverosímil: recolectar muestras de trigo de todo el mundo conocido. Durante años, insistió a cónsules, embajadores y delegados comerciales del Reino Unido para que enviasen grano de los mercados locales en los que se movían.
El resultado fue una «mina de oro» genética que, cien años después, puede convertirse en nuestra mejor baza para alimentar el mundo.
827 formas de adaptarnos a un mundo que cambia. Durante este siglo, el Centro John Innes de Norwich ha sido el depositario del legado de Watkins: 827 variedades de trigo cuyo ADN están secuenciando un grupo de investigaodores del Reino Unido y China.
Y lo que podría parecer una curiosidad botánica, se ha convertido en un recurso invaluable: a medida que su trabajo avanza, el equipo está identificando genes (hasta ahora) desconocidos. Genes que ya se están utilizando para crear variedades resistentes y con mejores rendimientos.
¿Cómo es posible? ¿No llevamos siglos seleccionando las mejores variedades? Sí y no. Es verdad que en los últimos siglos (y décadas) la adopción de variedades más rentables ha producido una disminución de la diversidad genética del trigo (y de todas los cultivos comerciales). Sin embargo, la selección se fue haciendo con respecto a lo que en cada momento concreto se consideraba de utilidad.
No hace falta ni decir que esas decisiones no tienen por qué coincidir con las nuestras. El mejor ejemplo es una de las variedades que, como Robin McKie explicaba en The Guardian, se están investigando: las adaptadas a suelos salinos.
Toda una máquina del tiempo. Durante las últimas décadas, el trigo se ha cultivado intensivamente en zonas ‘naturalmente’ propicias para su cultivo: no hacía falta seleccionar variedades que crecieran bien (y produjeran lo suficiente) en suelos como estos. Ahora que el consumo no deja de crecer y que los largos periodos de sequía están afectando a comarcas enteras, sí nos parece relevante.
McKie pone más ejemplos (desde resistencia a determinadas enfermedades a variedades que necesiten una menor cantidad de fertilizantes nitrogenados), pero la ambición del equipo va mucho más allá: asegurar el suministro de trigo pase lo que pase.
Llevan queriendo hacerlo mucho tiempo. Sin embargo, no era fácil. El ADN del trigo está conformado por casi seis veces más bases nitrogenadas que el humano. Eso convertía la investigación en algo complejo, largo y caro. De hecho, los investigadores del Centro John Innes han tardado más de una década en conseguir que alguien se ofreciera a abordar la secuenciación: la Academia China de Ciencias Agrícolas.
Podríamos preguntarnos por qué. Pero a poco que examinamos lo datos, la respuesta parece clara.
Otra pequeña revolución verde. En general, una de cada cinco calorías que se consumen en el mundo proviene del trigo y eso, conforme crece la población y aumenta el nivel de vida de amplias zonas del mundo, es sinónimo de más y más trigo.
Eso nos lleva, inevitablemente a mediados del pasado siglo, cuando Norman Borlaug y un nutrido grupo de agrónomos estadounidenses iniciaron la llamada «Revolución Verde» a base de abogar por el empleo de pesticidas y fertilizantes, sugerir nuevas técnicas de irrigación e introducir cultivos cerealísticos altamente productivos.
Es esto último lo que quieren replicar los investigadores. Y, aunque en este campo nunca podemos estar seguros de que lo vayamos a conseguir, nunca hemos estado en mejor situación para lograrlo.
Imagen | Polina Rytova
En Xataka | ¿Cuánto ocupan los cultivos, las ciudades y los bosques sobre la Tierra? Este mapa lo ilustra
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La noticia
Hace 100 años, un genetista recorrió el mundo en busca de cereales. Hoy es una «mina de oro» para el futuro de la agricultura
fue publicada originalmente en
Xataka
por
Javier Jiménez
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