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En la Edad Media el niño Jesús aparecía representado como un «bebé anciano». El motivo aún fascina a los expertosCarlos Prego​

No hace falta ser un erudito, ni tener un ojo adiestrado en el estudio del arte medieval. A poco que estés familiarizado con la iconografía cristiana de los siglos XIII, XIV y XV o hayas visto alguno de los retablos religiosos que se pintaban en Europa en aquella época es probable que te hayas hecho una pregunta: ¿Por qué muestran al niño Jesús así, feo, envejecido, adusto? Y feo, envejecido y adusto son tres adjetivos que probablemente se quedan cortos para no pocos de los retratos medievales que representan a Jesús en sus primeros años, en brazos de María.

Allí donde debería haber un niño en su más tierna infancia encontramos una criatura con arrugas, calvicie incipiente y la expresión de un filósofo sumergido en sesudas reflexiones. Lo más curioso es que son así no por falta de pericia de los artistas. Son de todo menos infantiles porque eso es lo que se buscaba.

Retratos del ¿niño? Jesús. Ejemplos hay para aburrir. Paolo Veneziano, Duccio di Buoninsegna, Masaccio, Giotto… Si algo tienen en común sus representaciones de la Virgen y el niño Jesús, más allá de haberlas pintado entre los siglos XIII y XV y representar siempre a los mismos personajes religiosos, es cómo lo hacían.

Se suponía que debían representar a una mujer joven con su hijo recién nacido o de solo unos años, pero lo que salía de sus pinceles era bien distinto: «niños viejos», criaturas de aspecto no muy saludable que parecen sexagenarios a punto de firmar la jubilación. En vez de rostros angelicales, creaban cabezas de calvicie incipiente, arrugas y expresiones que evocan cualquier cosa menos la idea de infancia.

Y para muestra un botón. O varios. Llega con echar un vistazo al niño Jesús de ‘Crevole Madonna’ (1283-1284), de Duccio di Buoninsegna que te mira desde el lado derecho de la imagen de la portada. O este otro pintado por Giotto a inicios del siglo XIV y que te observa con expresión igual de intensa bajo estas líneas.

Detalle de ‘Maestà di Ognissanti’, de Giotto, comienzos del siglo XIV.

¿Falta de pericia? Esa es la primera explicación que se viene a la mente: si pintaban al niño Jesús de esa guisa tal vez fuese por la falta de habilidad de quien manejaba los pinceles. La realidad es bastante más compleja… y fascinante. «Estos bebés feos fueron muy intencionados», explica Phil Edwards en Vox Magazine.

Fuesen más o menos habilidosos, al trazar el rostro de Jesús los pintores se guiaban por convenciones, un código asimilado y compartido y un bagaje cultural que en este caso afectaba tanto a la idea de la infancia como muy especialmente la del propio niño Jesús. De hecho una de las claves que nos ayudan a entender estas piezas es que los artistas medievales no buscaban captar fielmente la realidad. Si sus bebés no resultan realistas es porque no estaban interesados en el realismo.

Importa el mensaje, no la fidelidad. «La extrañeza que vemos en el arte medieval se debe a la falta de interés por el naturalismo. Se inclinaban más por las convenciones expresionistas», relata Matthew Averett, profesor de la Universidad de Creighton. Cada pintor manejaba sus propios pinceles y pinturas, cierto; pero en un contexto que influía en sus obras. Ellos eran los creadores, pero recurrían a un lenguaje y unos convencionalismos claros. «La idea de la libertad artística para representar a estas personas como uno quisiera habría sido nueva», añade.

«El arte no estaba interesado en el naturalismo, sino más bien en la expresión teológica», recalca en The Conversation Angela McCarthy, de la Universidad de Notre Dame Australia. Y eso no se nota solo en el aspecto con el que se retrataba al niño Jesús. En el arte occidental la teología influyó también en las composiciones: Jesús suele aparecer sentado con una postura madura o envuelto en pañales. «Este último era un intento de representar las referencias bíblicas a un niño envuelto en pañales o el sudario colocado sobre Jesús tras su muerte», apostilla McCarthy.

Detalle de una representación del niño Jesús de mediados del siglo XIV de Paolo Veneziano.

No digas niño, di mejor «homúnculo». Si hay una palabra que ayude a entender esos inquietantes «niños-hombre» que descansan en el regazo de María y nos miran desde las tablas medievales es esa: homúnculo, que significa «hombre pequeño». El niño Jesús era al fin y al cabo un niño, pero no uno cualquiera.

McCarthy recuerda que su representación artística junto a María empezó a expandirse tras el Concilio de Éfeso, en 431, y no mucho más tarde, en 451, se celebró otro concilio en Calcedonia que resultaría clave para las representaciones del niño Jesús: «Parte de la interpretación que la iglesia hizo del concilio fue que Jesús era plenamente humano y divino. Algunos teólogos interpretaron que esto significaba que estaba plenamente formado desde el principio, con conocimiento de su divinidad», revela la experta de la Universidad de Notre Dame Australia: «Esto era difícil de representar en el arte y de ahí el nombre del niño-hombre».

«Perfectamente formado». Lo que observamos en los retablos de la Edad Media no es por lo tanto una simple representación (más o menos realista) de un pequeño con su madre. No. El mensaje es más complejo… y rico. Nos muestra una idea del Jesús niño influida por la teología cristiana y ciertas convenciones. Y en la que sobrevuela ese concepto, el «homúnculo». «Existe la idea de que Jesús estaba perfectamente formado y sin cambios», recuerda Averett, «y si combinas eso con la pintura bizantina, se convirtió en una forma estándar re representar a Jesús. En algunas de estas imágenes parece que tuviera calvicie con un patrón adulto».

Buen ejemplo es el niño que te observa desde el lado izquierdo de la composición que abre este reportaje. La imagen está tomada de ‘Madonna della Pace’, un icono que, como recuerdan desde la propia Basílica Santi Giovanni e Paolo, fue donado a los dominicos por un senador que lo tomó de Constantinopla a mediados del XIV. «En la tradición ortodoxa oriental, desde aproximadamente el siglo VI hasta la actualidad, el niño Jesús parece un pequeño hombre», abunda McCarthy.

Detalle de ‘Virgen de Veveri’, de mediados del siglo XIV.

Importa lo que se mira… y quién mira. Con su peculiar apuesta por los retratos de niños envejecidos, de bebés-hombres, los artistas lograban algo más que incidir en el concepto de «homúnculo». Sus peculiares niños Jesús influían también en quién miraba. Mejor dicho, en los sentimiento de quién los contempla.

«La idea detrás de esta representación es eliminar la respuesta emocional que uno tiene hacia el bebé y, en cambio, atraer al espectador hacia una comprensión más importante de la acción de Dios al hacerse humano», explica McCarthy. Dicho de otra forma, por más que se representase en su más tierna infancia, un niño Jesús no debía ser adorable. Su misión era reafirmar el mensaje religioso.

Sabiduría mejor que ternura. Al pintar a Jesús o cualquier otra figura religiosa en su infancia, el pincel del artista no debía de mostrar a personajes vulnerables ni mucho menos débiles. Incluso aunque el personaje en cuestión fuese un bebé que no llegara incluso al año. El mensaje que debía transmitirse era otro distinto: sabiduría, poder. Y dada el peso de la Iglesia en el arte medieval, la idea se expande hacia otras presentaciones, como señala a CBC News Laureanza Vézina Laprise, otra de las expertas que ha investigado el fenómeno.

«En aquella época los cuadros los encargaban sobre todo las iglesias. Así que cuando pintaban a un bebé, pintaban a Jesús», comenta la investigadora: «No querían necesariamente pintar un bebé ‘bebé’, sino a un Niño Jesús».

Obra de Ambrogio Lorenzetti, de inicios del siglo XIV.

Del bebé anciano al bebé adorable. No hay convención que dure eternamente. Y la de los homúnculos medievales no fue una excepción. Con el paso del tiempo aquellos niños Jesús dieron el paso a representaciones más realistas y con bebés menos avejentados en una transición que para los expertos se explica por un factor clave: el empuje cada vez mayor del arte no religioso.

Durante el Renacimiento floreció una nueva clase social que demandó retratos, pero con una vocación distinta: lo que querían era representaciones reconocibles y adorables de sus hijos, no imágenes empapadas de teología, recuerdan desde Vox Magazine. El propio arte, sus motivaciones y enfoque vivieron un cambio notable.

«En el Renacimiento existe un nuevo interés por observar la naturaleza y representar las cosas tal como se ven en realidad», señala Averett. A su modo, cambia también la idea de la infancia y la actitud de los adultos hacia los más pequeños del hogar. «Más adelante tenemos la idea de que los niños son inocentes. Si nacen sin pecado, no pueden saber nada», abunda el experto de Creighton.

Buscando bebés más realistas. «Con la llegada del Renacimiento a Italia a partir del siglo XIV, la representación del bebé se volvió mucho más realista. Esta imagen del bambino de gran belleza ha seguido a lo largo de los siglos posteriores», concuerda McCharthy. «En Italia, una clase media al alza quería retratos familiares con sus bebés de aspecto natural y bello. El auge del naturalismo y el realismo en el arte también cambió las representaciones del niño Jesús». El resultado: niños que dejan de parecerse a abuelos preocupados por la inestabilidad en Oriente Medio o las presidenciales de EEUU y pasan a mostrar a criaturas realistas e infantiles.

Imágenes | Wikipedia 1, 2, 3, 4, 5 y 6

En Xataka | Nuestro primer dibujo de Jesucristo en la cruz fue con una cabeza de burro. Los historiadores todavía no saben por qué


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En la Edad Media el niño Jesús aparecía representado como un «bebé anciano». El motivo aún fascina a los expertos

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