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El plan más meticuloso y ambicioso de Felipe II para el Imperio Español: conquistar China con ayuda de JapónAlejandro Alcolea​

En el siglo XVI, el Imperio español estaba en un punto dulce. Es cierto que había algunas dificultades, pero la unión dinástica con Portugal permitió que la Monarquía Hispánica se sintiera con fuerzas para emprender cualquier empresa. Con un imperio que abarcaba gran parte del planeta y habiendo conquistado América, la pregunta obvia era… ¿y si conquistamos China?

Y no fue una pregunta que s
e dejara en el aire: España trazó un meticuloso plan para conquistar China en un movimiento que podría haber alterado significativamente el curso de la historia. El problema fue un conflicto de intereses, curiosamente, con los religiosos.

Una muerte a tiempo. La década de 1580 fue bastante interesante para la Monarquía Hispánica. La Guerra de los Ochenta Años empezó poco antes, pero en 1579 se consiguió el Acuerdo de Arrás por el que provincias del sur de Países Bajos reconocieron la soberanía de Felipe II. Eso fue un alivio en número de tropas destinadas en la región y, evidentemente, en financiación. En 1581 se consiguió una laxa tregua con los otomanos, pero un punto clave para el Imperio fue la muerte sin herederos del último miembro real de Portugal.

Esa fue una oportunidad que Felipe II, hijo de Isabel de Portugal y nieto de Manuel I, no dejó escapar, reclamando el trono portugués. Eso provocó que los territorios del Nuevo Mundo y las colonias comerciales de África y Asia cayeran en manos de Felipe II. Con una guerra contra Inglaterra que todavía estaba en un punto álgido, tener esos territorios era extremadamente goloso para alimentar las arcas españolas, y Filipinas iba a jugar un papel esencial.

Mirando a China. Entre 1576 y 1607, España tuvo varias rutas en el océano Pacífico que unían diferentes enclaves del continente americano con las Islas Marianas, las Islas Carolinas y la joya de la corona: Filipinas. Las mercancías incluían telas, porcelana, laca y especias que se vendían en Europa y América. Y, aunque las Indias Orientales Españolas ya eran algo lucrativo, había una espinita clavada: China.

En 1526, Hernán Cortés propuso a Carlos I emprender la conquista tanto de Filipinas como de China gracias a los nuevos puertos españoles en el Pacífico. Por diferentes motivos, el plan fracasó, pero teniendo la fuerza de esa adhesión con los territorios portugueses, era algo que se podía volver a poner en marcha. Y los líderes iban a ser los administradores seculares, comandantes militares y líderes eclesiásticos de la nueva y joven colonia española.

Factible. Uno de los primeros en volver a proponer esta conquista española de China fue Martín de Rada. En 1575, la Dinastía Ming gobernaba en China y, tras la Batalla de Manila entre los españoles y el pirata chino Limahong, ambos gobiernos tendieron puentes diplomáticos. Fue entonces como Rada viajó a China para convertirse en el primer embajador español en el territorio. La idea era conseguir que China cediera suelo para fundar un asentamiento español, pero no cuajó.

Con la experiencia de Rada en China, el misionero afirmó que, aunque el país estaba densamente poblado, no tenían inclinación por la guerra, ya que confiaban en su superioridad numérica y las murallas como elementos disuasorios. No vamos a entrar a valorar esa opinión, pero Rada tampoco tenía intención de entrar en China a la fuerza y recomendó una «conquista» basada en la persuasión y la evangelización. Francisco de Sande, gobernador de Filipinas hasta 1580, mandó una carta a Felipe II asegurando que con unos 4.000 o 6.000 hombres podrían conquistar China.

Rutas comerciales del Pacífico. Islas Filipinas fue un punto crucial | Imagen de SpanishPacific

Soldados ridículos. De hecho, el padre Adriano de las Cortes afirmaba que los chinos no eran muy duchos con las armas:

«Sus escaramuzas y ensayos más nos parecieron a los perdidos para reír que para bien pelear. Por más que se exerciten tienen poco o nada de soldados y casi ninguna arte de milicia. Tienen mil barbaridades, corren ya para acá ya para acullá, asiéntase en el suelo, levántese, dan extraordinarios gritos; van adelante sus capitantes, éstos solos a caballo y sin arma alguna, con solas unas banderillas muy pequeñas en las manos. Para entretenimiento y risa solíamos ir a verlos. Ceso en esta materia pues solamente pudiera añadir en ella cosas ridículas«.

Nuevo plan. ¿Se vino arriba? Puede que sí, puede que no, pero el rey no se dejó cautivar por la idea y encargó a Sande la tarea de cultivar la amistad de los Ming. Otros gobernadores españoles intentaron que Felipe II diera su brazo a torcer, pero la idea no fue a más, al menos durante un tiempo. Con los españoles bien asentados en Filipinas, el gobernador y el obispo reunieron a una serie de altos cargos que iban a tomar decisiones sobre las mismas.

Tres de los nombres importantes fueron Santiago de Vera -nuevo Gobernador de Filipinas-, Domingo Salazar -primer obispo de Manila- y Alonso Sánchez -padre jesuita-. Así, en esta asamblea de 1586, se elaboró un documento en el que se detallaba un plan militar preciso y minucioso para esa conquista de China. Y un modo de añadir presión al rey era afirmar que la expansión por Asia continental sería un paso hacia la redención.

Otro enfoque. La propuesta inicial de Rada dejaba demasiadas cosas al aire, pero con el nuevo plan se detallaba tanto el número de soldados como otros detalles más pormenorizados: orígenes de los mismos, salario, equipamiento, sistema de reclutamiento, rutas de suministro y la coordinación con fuerzas no españolas. El número pasó de 4.000 o 6.000 hombres a unos 20.000, entre los que habría españoles, pero también portugueses y mercenarios japoneses, entre otras posibles fuerzas.

También era diferente el enfoque. Sande quería una conquista militar al uso, pero en la Asamblea General se propuso algo distinto: más que la conquista, la conversión de la gente. Se pensaba que los chinos estarían dispuestos a convertirse y, cuando eso ocurriera, serían ellos quienes se revelarían contra sus señores. Y esos 20.000 soldados serían algo así como una escolta, no un ejército como tal. Si había violencia, los chinos no aceptarían a los españoles como sus nuevos gobernantes. O eso era lo que pensaban y transmitieron en varias cartas.

Utopía. Dentro de ese plan estaba planteado el uso de la fuerza si fuera necesario, pero los mandatarios tenían dificultades para estimar la respuesta de China ante una invasión. De la manera que sea, el plan terminaba con una visión de una civilización fruto de matrimonios entre soldados españoles y mujeres chinas, con una administración de gobernantes nativos controlados por españoles.

En otros informes, personas como el jesuita Francisco Cabral aseguraban que la conquista de China traería incontables beneficios, que el país estaba mal defendido y que la población se alzaría contra los mandarines opresores.

Con la iglesia hemos topado. En 1587 se empezaron a hacer los preparativos, amurallando Manila y recopilando tanto armas como provisiones. Incluso el general japonés Konishi Yukinaga ofreció a España toda la ayuda que pudiera para su Empresa en China. Sin embargo, y como puedes adivinar, España no conquistó China. El motivo fue porque otra rama de los jesuitas veían esto como una violación de la regla cristiana de la evangelización sin uso de armas. Los jesuitas portugueses tampoco estaban convencidos, ya que si salía mal se arruinarían las vías comerciales y, por tanto, sufriría la economía.

En junio de 1586, Sánchez partió a España para informar de los planes, pero los detractores asignaron a José de Acosta la tarea de ir con él y refutar todas las propuestas. Sánchez presentó los planes de conquista a Felipe II, que curiosamente no los vio con malos ojos pese a las advertencias de Acosta y, en marco de 1588, se inauguró la Junta para la Empresa de China. El problema era que las voces en contra y el desastre de la Armada Invencible ese mismo año detuvieron el proyecto.

¿Y si invadimos Japón? Gómez Pérez das Mariñas fue elegido como nuevo gobernador de Filipinas con órdenes explícitas de no declarar la guerra a China, lo que ocasionó tensiones con el daimio Toyotomi Hideyoshi, quien amenazó a las Filipinas en su búsqueda de la invasión de Corea. Cuando Luis Pérez das Mariñas sucedió a su padre como gobernador interino de Filipinas, volvió la idea de la invasión de China, pero esta vez con un giro: invadir Japón.

La idea, propuesta por el sacerdote Martín de la Ascensión, era la de invadir Japón, donde encontrarían aliados naturales debido al proceso de guerras internas y, una vez asimilados los ejércitos locales, lanzar las campañas contra China. Se sugirió que un aliado sería el futuro Shogun Tokugawa Ieyasu, pero como los dos planes anteriores de conquista contra la China continental, todo quedó en agua de borrajas.

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