En junio de 2017, un grupo de arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dieron con uno de esos descubrimientos que marcan un antes y un después en la historia: el hallazgo de un templo de Ehécatl (dios del viento) junto a una especie de cancha de juego de pelota. Comenzaba así un nuevo análisis de una de las deidades de la mitología mexicana más fascinante.
El descubrimiento. En realidad, detrás de aquel hallazgo había mucho más que un anuncio. Significaba el triunfo de más de 25 años de trabajos e investigación bajo el Programa de Arqueología Urbana, una iniciativa que tratar de dar con todos los vestigios del llamado Recinto Ceremonial de México (y Tenochtitlan se encuentran bajo el subsuelo del Centro Histórico).
A este respecto, el encuentro del templo fue un momento definitorio para situar muchas de las piezas del puzzle de la cultura mexicana. La magnitud del mismo indicaba que el dios del viento “traía la lluvia con sus vientos buenos”, y que su templo estaba dispuesto justo de frente al de Tláloc, el dios de las lluvias, en su Templo Mayor.
La importancia de Calixtlahuaca. El templo de Ehécatl en realidad pertenece al conjunto de las estructuras de Calixtlahuaca, un destacado sitio arqueológico precolombino ubicado en el Valle de Toluca, en el estado de México, que alcanzó su apogeo durante el periodo posclásico (900-1521 d.C.). Habitada por los matlatzincas y más tarde conquistada por los mexicas, la ciudad se caracteriza por su compleja organización urbana y sus notables estructuras arquitectónicas.
Entre las principales edificaciones se encuentran el Templo de Quetzalcóatl, una pirámide circular dedicada a la serpiente emplumada, y el Templo de Tlaloc, consagrado al dios de la lluvia, estructuras que reflejan la importancia religiosa y ceremonial de Calixtlahuaca.
La singularidad de Ehécatl. Como decíamos al inicio, nos referimos al dios del viento en la mitología mexica, asociado con Quetzalcóatl, la serpiente emplumada. Ehécatl desempeña un papel crucial en los mitos de la creación y en el ciclo agrícola, ya que se creía que con su aliento movía las nubes y traía la lluvia, esencial para la fertilidad de la tierra. Esta deidad se representa con características distintivas, entre las que destaca su «pico de pato».
Pico de Pato. Las exploraciones de varios templos de Ehécatl (hasta cinco) han revelado en el tiempo una espectacular escultura de un hombre en sandalias portando la máscara bucal con forma de pato. ¿Por qué? Lo cierto es que, como dios del viento en la mitología mexicana, Ehécatl desempeña un papel crucial en los mitos de la creación y en el ciclo agrícola, ya que, como decíamos, se creía que con su aliento movía las nubes y traía la lluvia, esencial para la fertilidad de la tierra.
La curiosidad viene dada porque el dios es representado con características distintivas, entre las que destaca ese «pico de pato», un elemento icónico simbolizando su conexión con el viento y el soplo divino. Dicha característica distintiva se manifiesta en su máscara, que tiene una forma alargada y curva permitiéndole «soplar» el viento. Además, el atributo también subraya su función vital en la naturaleza y en la cosmovisión mexica, donde el viento era visto como un portador de vida y renovación.
Estructura circular. Junto a la fascinante escultura, los arqueólogos también han dado en el pasado con un buen número de los adoratorios circulares dedicados a esta deidad. El primero, en 1967, descubrió una insólita estructura circular del templo, característica de los espacios de adoración dedicados a Ehécatl, durante las obras de construcción del metro, un hallazgo que puso de manifiesto la rica cultura sobre la que se asienta la Ciudad de México.
Esta zona era conocida por su proximidad al Templo Mayor, uno de los centros religiosos más importantes del imperio azteca, lo que sugiere que el área alrededor de la estación de metro (Pino Suárez) fue, en algún momento, un espacio de gran relevancia ceremonial.
Simbología. Los investigadores también sugieren que dicha estructura es emblemática porque simboliza el movimiento del viento, una representación arquitectónica de la naturaleza del dios al que está dedicada. No solo eso. La forma circular también se cree que facilitaba el flujo del viento alrededor del templo, lo que era congruente con la función y simbología de Ehécatl.
Además, la estructura presenta una desviación de la típica forma piramidal escalonada de otros templos mesoamericanos, destacando la importancia y la singularidad de Ehécatl en el panteón mexica. De hecho, la estructura circular no solo tenía un propósito religioso y ceremonial, sino que también era un reflejo de la integración de la naturaleza y la espiritualidad en la arquitectura del enclave.
Imagen | INAH, Gumr51, Katepanomegas
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La noticia
De toda la mitología mexicana, el hallazgo de la estatua del dios del viento es la más intrigante: un ser con pico de pato
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Miguel Jorge
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