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Así es la vida en la isla habitada más remota de la Tierra: la improbable historia de Tristán de AcuñaAlejandro Alcolea​

El ser humano tiende a vivir en grupo. Por diferentes motivos entre los que el laboral tiene un papel clave, nos hemos ido moviendo a las ciudades. Están apareciendo iniciativas que incentivan la repoblación de zonas rurales, pero esos pueblos tienen, por lo general, más habitantes que la Isla de Tristán de Acuña. Con apenas 200 habitantes, es uno de los lugares más pintorescos de la Tierra.

Y también es prácticamente imposible que puedas ir de vacaciones en algún momento, por mucho que te atraiga la tranquilidad o te conquiste lo que te vamos a contar a continuación.

Mis vecinos son los astronautas y Napoleón

Tristán de Acuña está… donde Cristo perdió la sandalia. En el quinto pino. Que es el culo del mundo, vaya, y eso es casi una definición científica, ya que la isla se encuentra a 2.300 kilómetros de África y a 3.300 kilómetros de América del Sur. Está al sur del Atlántico y podríamos decir que la mayor concentración de humanos más cercana se encuentra en la Estación Espacial Internacional, a poco más de 400 kilómetros de la Tierra.

Puede que te preguntes cómo narices hemos descubierto eso y, aunque seguramente él lo negaría, realmente la llegada a la isla fue una casualidad. Tristán de Acuña, realmente, no es una isla, sino un archipiélago volcánico. Sin embargo, su isla más grande es homónima y ambas comparten el nombre de su descubridor: el explorador portugués Tristão da Cunha.

Seguramente no estaba buscando estas remotas islas, pero a comienzos del siglo XVI, Tristão avistó el archipiélago por primera vez. No desembarcó debido al oleaje, pero eso no impidió que bautizara el archipiélago con su nombre. Los portugueses afirman que el buque Lás Rafael llegó a la zona en 1520 como escala en busca de agua, pero el desembarco documentado es el del Heemstede de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Llegaron por primera vez en 1643 y, en los siguientes años, desembarcaron otras cuatro veces. Y está documentado porque elaboraron los primeros mapas.

Un siglo más tarde, exploradores franceses recogieron muestras en la isla e informaron sobre restos humanos que podrían estar relacionadas con las exploraciones holandesas y en los años siguientes se intentó colonizar el archipiélago, pero la idea no cuajó: era demasiado remota. Tanto que diferentes autoridades británicas dejaron caer la idea de que la isla podría ser un alivio para las sobrepobladas prisiones del país, pero eso tampoco pasó de la mesa de proyectos.

Ahí está

La situación cambió en 1816. Cuando Napoleón fue enviado a la prisión en Santa Elena (a unos 2.000 kilómetros al norte de las islas. En ese momento, Reino Unido las anexó bajo su mando y las convirtió en una Colonia del Cabo en Sudáfrica. Esto se hizo con una doble intención: evitar un posible rescate a Napoleón desde allí (recordemos que varios ya conocían las islas) e impedir que Estados Unidos utilizada la isla como base para cruceros de guerra. Por cierto, el gobierno hoy en Tristán, aunque con mucha independencia, depende de Santa Elena.

Segunda Guerra Mundial y langostas

Un año después, esa guarnición empezó a abandonar la isla, pero hubo quien se quedó. Para 1824, Tristán de Acuña tenía una población de 22 hombres y tres mujeres y la isla amagó el convertirse en un puerto de paso para los balleneros que iban a operar al Atlántico Sur. Sin embargo, la apertura del Canal de Suez en 1869 y el paso de barcos de vela a los impulsados por carbón hicieron que ya no fuera necesario ir tan lejos para reponer víveres.

Edimburgo de los Siete Mares

De la manera que sea, la población siguió prosperando poco a poco, pero en 1885 llegó ‘el desastre del bote salvavidas Tristán‘, el mayor misterio, y a la vez la mayor tragedia, de la isla. El barco West Riding hacía la ruta Bristol – Sydney decidió hacer escala en Tristán para abastecerse. No llegó al puerto, pero eso no impidió que casi todos los hombres en edad de trabajar (15) se acercaran al gran buque en un bote salvavidas para intentar comerciar.

Tenían algo de ganado y patatas, con lo que esperaban hacer tratos para conseguir harina y otros alimentos, pero nunca más se los volvió a ver. Y aquí está el misterio, ya que uno de los habitantes de la isla afirmó que el bote se mantuvo cerca del barco, que se iba alejando poco a poco y, con él, el bote con los 15 isleños.

El capitán del West Riding dijo que vio un barco con velas e intentó ver de qué se trataba, pero que desapareció en la distancia y, aunque se quedaron por la zona, no consiguieron ver nada, por lo que se marcharan. Sin embargo, en la isla piensan que sí vieron a los hombres y que no sólo los subieron a bordo, sino que los vendieron como esclavos en Sydney.

De la manera que sea, en la iglesia de Santa María en Tristán hay una placa con los nombres de esas 15 personas que dejaron 13 viudas en la isla. A lo largo de los años, otros científicos llegaron a la isla con la intención de documentarla, pero haciendo un salto temporal, nos plantamos en la Segunda Guerra Mundial. La isla aquí tuvo cierto desarrollo, puesto que se utilizó para monitorear submarinos alemanes.

El desarrollo en la isla incluyó la construcción de una escuela, una tienda y un hospital, pero quizá lo mejor para la comunidad fue el negocio de la langosta de los años 50. Reino Unido proporcionó personal para servicios clave de administración, operadores de radio, maestros y un doctor, así como un sacerdote. En 1949 se formó la Tristan Development Corporation y se creó una fábrica de conservas con empleo remunerado cuyo principal producto era el marisco.

Muy de mi isla

La alegría del marisco no duró demasiado, ya que en la década de 1960, el volcán que formó el archipiélago entró en erupción y, como los habitantes son ciudadanos británicos, el gobierno los evacuó. Primero fueron a Ciudad del Cabo, pero más tarde fueron llevados a Reino Unido y, cunado las aguas se calmaron y el volcán terminó su actividad, se ofreció una oportunidad única a los isleños: quedarse en Reino Unido o volver a casa.

Podrías pensar que la elección es obvia, puesto que quedarse en Inglaterra abre un océano de posibilidades, pero la mayoría de los habitantes de Tristán de Acuña lo tenían claro: querían volver a casa, concretamente a su ciudad, llamada Edimburgo de los Siete Mares. Y tiene sentido tanto porque no dejan de ser una enorme familia (en el sentido más literal) como porque el ritmo de vida de Reino Unido era frenético en comparación con el de la isla, con novedades como un sistema económico y de trato entre vecinos totalmente diferente.

A finales de la década de los 80, la isla tuvo un pico de habitantes, con casi 300 personas, pero poco a poco, la cifra ha ido menguando hasta unos 234 actuales. Y eso de que son familia no es una exageración. De hecho, cinco de los primeros ancestros eran asmáticos, algo que hoy tiene un bestial reflejo en la población de Tristán de Acuña con un 52% de los habitantes, también, teniendo asma. Es la mayor tasa de asmáticos a nivel mundial, ya que la media se sitúa en un 7%.

Además, es una comunidad muy peculiar. No hay un parlamento ni políticos, ya que el poder ejecutivo reside en el gobernador de Santa Elena. Los vecinos tienen un consejo que permite que todos los ciudadanos participen de las decisiones clave, pero luego tienen que mandar esas solicitudes al gobernador de Santa Elena y, en última instancia, quien tiene la sartén por el mango es el rey Carlos III.

Y algo que se les da bien es… beber. La media de consumo de whisky en Reino Unido es de 1,25 litros por persona al año. Agárrate al sillón porque la media en Tristán de Acuña es de 50 litros de whisky al año. En cualquier otro país, con una economía diferente, eso es un auténtico dineral (además de un puñetazo al hígado), pero el único pub de la ciudad estará contento.

Sobre la economía del resto de la isla, excepto los años boyantes del marisco, lo cierto es que subsisten con la pesca (cuando el mar lo permite) y el cultivo de patatas (cuando la tierra es fértil). Dependen de comida que llega por barcos y, cuando se acaba, hay que subsistir. Pero no pienses que el whisky se paga solo, ya que los habitantes de la isla han desarrollado mucho el comercio de… sellos.

Sí, de sellos y postales. Esto permite generar ingresos a nivel internacional y cada poco tiempo se ven nuevas tiradas para conmemorar cualquier cosa o paisaje. De hecho, de las primeras cosas que he encontrado buscando información es una gran cantidad de sellos. Además, tienen tienda en línea para ayudar a la comunidad.

Antituristas

Y, sabiendo todo esto, puede que pienses «oye, me viene de lujo esta isla para desconectar». Y sí, seguro que es un lugar de lo más tranquilo, pero tiene un enorme problema: llegar allí es una odisea. Debido al relieve, no hay aeropuerto (además, la isla tiene unos 98 kilómetros cuadrados y en ciudades como Ciudad de México o Madrid cabrían quince o siete islas como Tristán de Acuña, respectivamente).

El pueblo. El del bar es el más listo: en todo el centro

La única forma de llegar es mediante un barco, pero la verdad es que parece orquestado para que llegar sea casi imposible. Lo primero es que sólo caben 12 pasajeros en ese barco y siempre se da prioridad a médicos, embajadores, familiares de residentes y trabajadores de la isla. Podrías embarcar si queda algún hueco para turistas, pero para rizar el rizo, ese barco sólo hace el trayecto 10 veces al año y tendrías que tener muchísima suerte para llegar a Sudáfrica y que haya hueco de turista.

Si tienes suerte, el viaje a la isla es de cinco días. Aunque, claro, otra forma de poder viajar a la isla es teniendo trabajo. Y si te interesa mucho, mucho muchísimo vivir en este remoto lugar, las vacantes aparecen en la web. Ellos mismos avisan de que no es común que haya nuevas ofertas, pero la esperanza es lo último que se pierde.

Imágenes | ויקיג’אנקי, Peter Fitzgerald, Chris and Steve

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Así es la vida en la isla habitada más remota de la Tierra: la improbable historia de Tristán de Acuña

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