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Tenke Fungurume es la mayor mina de cobalto del Congo. Para sus trabajadores es el infierno en la TierraJuan Carlos López​

«La mayor explotación minera del Congo se encuentra a setenta y cinco kilómetros al noroeste de Likasi y es conocida como Tenke Fungurume Mining (TFM). La mina debe su nombre a las dos ciudades que la limitan en el extremo occidental  (Tenke) y el meridional (Fungurume), y se extiende por más de mil quinientos kilómetros cuadrados, cubriendo un área ligeramente mayor que el condado del Gran Londres».

«Miles de personas vivían antes en aldeas a lo largo de la concesión, pero fueron desalojadas cuando se vendieron los derechos en 2006 a una empresa conjunta formada por la compañía minera estadounidense Phelps Dodge (57,75%), Tenke Mining Company (24,75%) y Gécamines (17,5%). En 2007 Phelps Dodge se fusionó con el gigante minero de Phoenix Freeport-McMoRan (56%), y Tenke Mining Corp fue adquirida por Lundin Mining (24%), dejando el 20% para Gécamines».

He extraído estos dos párrafos del libro de ensayo ‘Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes’, una obra sobrecogedora escrita por el investigador estadounidense de origen indio Siddharth Kara. Este libro recoge ante todo el drama al que se enfrentan las personas que trabajan en las explotaciones mineras artesanales de la República Democrática del Congo (RDC), de las que se extrae aproximadamente el 70% de la producción mundial de cobalto.

El infierno en la Tierra

El cobalto es un metal ferromagnético, y, por tanto, tiene unas propiedades magnéticas similares a las del hierro. De hecho, si echamos un vistazo a la tabla periódica de elementos veremos que está colocado entre el hierro y el níquel, y esto significa que la estructura atómica, y, por tanto, las propiedades químicas de estos elementos, son similares. Tanto es así que un átomo de cobalto tiene solo un protón más en el núcleo, y también un electrón más orbitando en torno a este, que el hierro.

Este elemento químico tiene un abanico de aplicaciones enorme. De todas ellas la que más nos interesa es su utilidad en la fabricación de los electrodos de las baterías que alimentan buena parte de los dispositivos que utilizamos todos los días, como nuestros smartphones, tablets y ordenadores portátiles. Incluso ha adquirido un rol esencial en la fabricación de baterías para coches eléctricos, de ahí que ahora las industrias de la electrónica de consumo y la automoción se lo rifen con el firme propósito de proteger su producción de cara al futuro.

«Nos echaron y ahora no podemos encontrar comida suficiente para alimentar a nuestras familias… No hay trabajo en esta zona. ¿De qué esperan que vivamos?»

El problema es que la industria del cobalto ha abandonado a su suerte a muchas de las personas que se dedican a extraerlo en la RDC. En su ensayo Siddharth Kara ha recogido testimonios desgarradores no solo de las personas que trabajan en las minas; también nos entrega las declaraciones de las personas que vieron cómo su vida quedaba truncada para siempre y aplastada bajo los intereses de las grandes corporaciones mineras en primera instancia, y de las compañías tecnológicas y de automoción en el último eslabón de la cadena.


«¡Nos echaron de nuestras casas!, exclamó Samy, un anciano de piel manchada. Llevábamos viviendo en esas tierras tres generaciones antes de que llegaran las empresas mineras. Cultivábamos verduras y pescábamos. Nos echaron y ahora no podemos encontrar comida suficiente para alimentar a nuestras familias… No hay trabajo en esta zona. ¿De qué esperan que vivamos?»

Esta ha sido una práctica habitual en la RDC desde que las grandes compañías mineras llegaron para extraer y llevarse el cobalto, además de otros minerales. No obstante, trabajar en una mina no garantiza a los congoleños una vida digna. Ni mucho menos. Es difícil contabilizarlo debido al oscurantismo que impera en la industria congoleña del cobalto, pero todos los años decenas de trabajadores mueren en las minas, y muchos más resultan gravemente heridos debido a las pésimas condiciones en las que llevan a cabo su labor.

El testimonio de Archange, un chico de quince años postrado en una silla de ruedas de color rojo que mantiene los brazos cruzados sobre el pecho, expresa con crudeza a qué se enfrentan las personas que trabajan en las minas. Sus palabras son sobrecogedoras:


«Al despertarme cada mañana me entraban ganas de llorar porque tenía que ir a la mina; me dolía todo el cuerpo, la cabeza, el cuello… A veces me dolían hasta los ojos […] Ese día fui más tarde al lago porque no me encontraba bien. Subí a la mina de KCC para excavar. Llené el primer saco y empecé a bajar la colina. Quizá me sentía débil o un poco mareado, pero al bajar el suelo se movió bajo mis pies y me caí hasta el fondo. Cuando dejé de caer sentí que el mundo giraba a mi alrededor. No podía mover ninguna parte del cuerpo».

Ante la fuerza de sus palabras no tengo nada más que añadir.

Cobalto rojo: El Congo se desangra para que tú te conectes (ENSAYO)

Imagen | Darkshade Photos

Bibliografía | ‘Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes’

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